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Por: José Consuegra Bolívar
Es fundamental no olvidar que la pandemia continúa entre nosotros, por ello, debe seguir el monitoreo permanente de las condiciones epidemiológicas y continuar con la vacunación masiva y el resto de las medidas de autocuidado.
El tapabocas hace parte de ese cuarteto virtuoso que nos permitió salir adelante en medio de la dura pandemia de covid-19, junto a la vacunación, el distanciamiento social y el lavado de manos. Desde ayer, su uso dejó de ser obligatorio en Colombia, en espacios cerrados; claro está que, bajo la condición, impuesta por el Gobierno Nacional, de que solo para los municipios que cuenten con el 70 % de su población inmunizada con segundas dosis y el 40 % con el refuerzo. Se exceptúan del levantamiento de la medida los servicios de salud, los hogares geriátricos, el transporte público y las instituciones educativas.
Además, el 15 de mayo dejará de ser obligatorio en las aulas de clases, tras sopesar el impacto negativo que ocasiona su utilización por los estudiantes, especialmente los niños, en sus procesos de aprendizaje, comunicación e interacción, frente a la baja afectación del virus en este grupo poblacional.
El desescalamiento de las restricciones adoptadas para enfrentar la pandemia fue anunciada por el Gobierno Nacional a partir de los bajos índices de contagios actuales en el país. De hecho, en los últimos días, el reporte del Ministerio de Salud da cuenta de entre 200 y 250 casos de nuevos infectados y entre uno y tres fallecimientos por día.
También llamado barbijo, mascarilla, nasobucal, cubrebocas, los orígenes del tapabocas actual se remontan a finales de la Edad Media (siglo XIV), cuando se registró la peste bubónica que segó la vida de por lo menos 25 millones de personas. Los médicos usaban una máscara con un pico que contenía hierbas y flores secas con el objetivo de evitar inhalar el aire contaminado de los enfermos.
Aunque su uso inicialmente se circunscribía al entorno sanitario, posteriormente, ante las nuevas pandemias que afectaban a la humanidad, se masificó su utilización, especialmente en la población enferma para cortar la cadena de transmisión interpersonal. Más recientemente, la recomendación de su uso generalizado y obligatorio para minimizar los riesgos de contagio de covid-19 lo convirtió en una prenda necesaria para la humanidad.
Después de dos años de uso obligatorio, la sociedad, especialmente los niños y jóvenes, anhelaba quitárselo para volver a vernos las caras y gozar de las sonrisas y el resto de gesticulaciones afectivas que hacen placentero el relacionamiento interpersonal, tan importante en nuestra vida como seres sociales.
Es fundamental no olvidar que la pandemia continúa entre nosotros, por ello, debe seguir el monitoreo permanente de las condiciones epidemiológicas y continuar con la vacunación masiva y el sostenimiento del resto de las medidas de autocuidado.
Sin duda, el tapabocas nos ha salvado la vida y tenemos la opción de usarlo a voluntad propia si presentamos síntomas de afecciones respiratorias, para no contagiar a los demás, o en aquellos ambientes cerrados en que cada quien lo considere conveniente. Confiamos en que las condiciones epidemiológicas favorables se mantengan y la pandemia termine, para bien de toda la humanidad.
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Dr. José Consuegra Bolívar. *Rector de la Universidad Simón Bolívar, Barranquilla.
Médico Cirujano, Magíster en Proyectos de Desarrollo Social y con Estudios de Postgrado en Dirección Universitaria por intermedio del Simposio Permanente sobre la Universidad, Egresado del programa de Liderazgo Universitario de la Escuela de Educación de Harvard University. Con alto sentido de responsabilidad y compromiso con el mejoramiento permanente de la calidad de la educación superior en Colombia.